miércoles, 11 de junio de 2008
Recorrido nocturno - Eduardo Robino
En la calle Ayacucho se marcan con estacas las
fronteras de la noche.
Allí todo comienza cuando todo termina. La armonía
toma su forma valedera de terreno imposible,
de indefinible ambiguo. La armonía es un
travesti escupiendo en la vereda, una puta que
pisa una colilla.
Las luces de Ayacucho perdieron la batalla: han
triunfado la luna, los rincones macabros, el
régimen siniestro de los gatos.
No se puede caminar sin preguntarse si puede el amor
entre tantas bolsas de residuos, si lo sueños
podrán desembarazarse de las madejas hirvientes.
Al fondo de la calle está la plaza, levemente
suspendida en la neblina, léspicamente rellena
de abandono. Aquí la moral es un halo
imperceptible. Se increpan sin filosofía los
oscuros estímulos, puede habitarse el mundo
desde el humo de los cigarrillos, desde la
sensualidad de amantes que trafican las cartas
del deseo. Se desviste la pena del carrusel
dormido, se entiende que vivimos en húmedas
mazmorras construidas con nostalgia.
Al final de la plaza se acurruca la muerte como un
guardián nocturno, disfrazada con hipócrita
indulgencia de un hospital de niños.
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