Los dinosaurios desaparecieron por falta
de ideas progresistas.
De lo contrario habrían conjurado la vasta
desproporción entre el tamaño de la cabeza
y el imposible volumen del resto.
Por algún tiempo el equilibrio
pareció estable entre la inocencia
y la gestación de tragedias ciclónicas.
Hasta que la incongruencia determinó
las opciones vitales de esa vida monumental:
o bien el cerebro no pudo controlar
el mecanismo de la masa en estado crítico
o quizás el universo fue demasiado para él,
acaso un ácido sombrío que lo fue desvaneciendo
por diminutos, sucesivos estallidos
que terminaron por desplomar la especie.
Por cada cerebro, un derrumbe de montaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario