miércoles, 13 de agosto de 2008

Un camino en las montañas-PABLO BACA

Habíamos ido por un costado del valle,
subiendo despacio; abajo se veía el pueblo.
Mi padre señalaba todo lo que veíamos.
No era un millonario que decía: “Algún día
será tuyo”; él amaba el paisaje, el clima;
no era dueño de nada. El camino era largo;
comenzaba en un angosto y después se iba
abriendo en campos verdes y amarillos. Esa
era nuestra riqueza, decía. Caminábamos;
ya íbamos alto sobre las barrancas y se
podía ver lejos. Mas adelante aparecían
extensiones de tierra roja. Esas arcillas,
decía mi padre, también tenían utilidad;
algún día la venderíamos por sus cualida-
des medicinales; o haríamos alfarería. El
atardecer se prolongaba sobre las montañas.
Cuando se hizo de noche llegamos a una
mansión en un punto en que el camino
dejaba el valle y se metía en las barrancas.
Recuerdo un volumen: era un edificio enorme.
No recuerdo en cambio sus formas; creo haber
visto apenas una sombra con forma de punta
que avanzaba sobre la entrada, muy alta,
como una torre. Nos sentamos contra la verja
y estuvimos descansando. Al rato se acercó
un grupo de hombres; venían por la oscuridad
hablando en voz alta y riéndose. Al vernos
se detuvieron un poco. Mi padre aprovechó
para preguntarles por la casa. Era una casa
abandonada, dijeron; ahí se reunían a festejar,
hacía algunos años; luego vino un dueño,
dijeron, y levantó un alambre alrededor.

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