sábado, 18 de junio de 2011

La campana de madera


Ya eras viejo cuando te pedí que tallaras la campana de madera.

Vos desgranabas muchas horas trabajando trozos de madera que

encontrábamos como descarte de las casas que yo, como arquitecta,

dirigía en su construcción; y yo coleccionaba campanitas porque

eran, para mi juventud, el emblema de la alegría.


Como siempre, sin siquiera detenerte a plantearme lo absurdo de mi

encargo, tomaste el trozo de viraró, y comenzaste a desbastarlo. No

me dijiste ni una vez que las campanas se hacen de metal o, a lo sumo,

de cristal. Tampoco pusiste en duda la capacidad de tus manos para

convertir ese pedacito de árbol en el deseo de tu hija.


Te limitaste a tomar las sencillas herramientas con las que en los

últimos años de tu vida reemplazaste a tu pluma y a tu azada, y

trabajaste duro durante varios días.


“Con badajo y todo…” dijiste, orgulloso de tu hazaña, cuando

estuvo bruñida y brillante. Así supe, de tu mano amorosa, cómo

suenan las razones de los pobres. Como decía Martín Fierro: “son

campanas de palo, las razones de los pobres”.


¿Sabés papá? Tu campana perdura después de tantos años y cada

vez está más pulida y suena mejor.


Ayer, mientras la limpiaba, me detuve en sus curvas sencillas, y la

tañí para convocarte a mi hoy de luchas y de esfuerzos. Comprendí

que era mucho más que un objeto casi absurdo. Su sonido profundo

y entrañable me devolvió tu esencia decente y “laburante”. Tu “hacer

lo que se debe”, aunque nos duela. Tu compromiso con la palabra

empeñada, así como tu nobleza sin escudos ni blasones.


Esa campana representa la esencia de tu vida trasladada a este tiempo,

en que ya somos pocos los que amamos las campanas de palo.

Sin embargo, cada vez que elijo algo a contrapelo de la época, cada

vez que escucho los designios de mi corazón en vez hacerle caso a los

de mi bolsillo, cada vez que me juego por un amigo aunque después

las cosas no sean del color que yo esperaba, siento que estoy tañendo

tu campana de madera.


No siempre encuentran eco sus sonidos, pero, de vez en cuando,

una mirada, una tarjeta, un libro, un pergamino o un abrazo me

devuelven a tus manos laboriosas y al sentido más profundo de la vida:

el de creer en el sonido fiel de una campana de madera.


Autor: Cati Cobas

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