Ya eras viejo cuando te pedí que tallaras la campana de madera.
Vos desgranabas muchas horas trabajando trozos de madera que
encontrábamos como descarte de las casas que yo, como arquitecta,
dirigía en su construcción; y yo coleccionaba campanitas porque
eran, para mi juventud, el emblema de la alegría.
Como siempre, sin siquiera detenerte a plantearme lo absurdo de mi
encargo, tomaste el trozo de viraró, y comenzaste a desbastarlo. No
me dijiste ni una vez que las campanas se hacen de metal o, a lo sumo,
de cristal. Tampoco pusiste en duda la capacidad de tus manos para
convertir ese pedacito de árbol en el deseo de tu hija.
Te limitaste a tomar las sencillas herramientas con las que en los
últimos años de tu vida reemplazaste a tu pluma y a tu azada, y
trabajaste duro durante varios días.
“Con badajo y todo…” dijiste, orgulloso de tu hazaña, cuando
estuvo bruñida y brillante. Así supe, de tu mano amorosa, cómo
suenan las razones de los pobres. Como decía Martín Fierro: “son
campanas de palo, las razones de los pobres”.
¿Sabés papá? Tu campana perdura después de tantos años y cada
vez está más pulida y suena mejor.
Ayer, mientras la limpiaba, me detuve en sus curvas sencillas, y la
tañí para convocarte a mi hoy de luchas y de esfuerzos. Comprendí
que era mucho más que un objeto casi absurdo. Su sonido profundo
y entrañable me devolvió tu esencia decente y “laburante”. Tu “hacer
lo que se debe”, aunque nos duela. Tu compromiso con la palabra
empeñada, así como tu nobleza sin escudos ni blasones.
Esa campana representa la esencia de tu vida trasladada a este tiempo,
en que ya somos pocos los que amamos las campanas de palo.
Sin embargo, cada vez que elijo algo a contrapelo de la época, cada
vez que escucho los designios de mi corazón en vez hacerle caso a los
de mi bolsillo, cada vez que me juego por un amigo aunque después
las cosas no sean del color que yo esperaba, siento que estoy tañendo
tu campana de madera.
No siempre encuentran eco sus sonidos, pero, de vez en cuando,
una mirada, una tarjeta, un libro, un pergamino o un abrazo me
devuelven a tus manos laboriosas y al sentido más profundo de la vida:
el de creer en el sonido fiel de una campana de madera.
Autor: Cati Cobas
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