martes, 30 de septiembre de 2008

MALDITO CAÑO BLANCO - relato de AlE J. Pardo

Ni lo dudé. Ni siquiera aparté la mirada para ver si alguien me lo impedía o me lo reprochaba. En ese momento sólo escuchaba mi deseo más profundo que iba y venía en mi cabeza, en mi corazón. Ni ese increíble calor y esa euforia incontrolable fueron registrados por mi inconsciente. Mis sentidos se bloquearon. Sentí un leve mareo pero mis piernas no hicieron caso al mandamiento de mi cerebro y comenzaron a correr. Estoy seguro que mi cabeza exigió imperiosamente que me quede donde estaba. Que no me mueva más, porque hasta mi salud estaba en juego. Enfoque mi destino y por sobretodo mi objetivo. En esos ochenta metros visualicé todo. Me imaginé una historia en la cual yo era el protagonista principal. Por un momento sentí que no llegaba, que iba a desistir. Pero de ningún lado, saqué las fuerzas para llegar. No me dio tiempo para acomodarme, apenas pise ese, hasta entonces, campo maldito, llegó el lanzamiento. Puede ser que el sol no se haya hecho presente esa tarde, porque mis ojos se le clavaron exactamente, y la recorrieron desde su comienzo hasta su fin: mi cabeza. Avancé dos pasos hacia delante y salté. Salté como nunca antes en mi vida lo había hecho. Me sorprendió la fuerza que tuvieron mis propias piernas, luego del esfuerzo que habían realizado en los casi cien minutos anteriores. Tomé la precaución de no apoyarme en nadie. Me vi sobre el resto, incluso de mis colegas. Ahí supe que era mía, que no se me podía escapar. Pero no era tan simple. Faltaba lo más importante: la dirección. El impacto se produjo en mi parietal izquierdo. Tuve la suerte, ya que no era mi intención, de que se dirigiera al lugar más desabitado. Allá, atrás, al fondo. Todo era tal cual lo había imaginado segundos antes. Pude ver como dos brazos no llegaban, como caían al suelo antes de contenerla. Vi al fondo de todo una incontable cantidad de rostros ya resignados que demostraban una tremenda tristeza y dolor cual duelo prematuro. Sentí pena por ellos, sabía que también habían dejado todo, como nosotros. Pensé que quizás estaban más exhaustos que yo, pero en el fondo no me importaba, es más sentía una pequeña sensación de goce. Cuando ya nada podía borrar mi sonrisa, y mi sensación, cual orgasmo amoroso, llegaba a su punto máximo, apareció ella. Famosa por sus únicos cuatro dedos. Los chistosos, con cierto mal gusto, decían que ese muchacho iba a ser soltero para siempre. El sabía que no era lo correcto, pero no le importó y provocó el fatal desvío. No lo podía creer. Su mano me había ahogado el grito que comenzaba a escaparme de la boca. Estaba cayendo cuando la ley sonó su silbato y señaló la mancha blanca que no se me encontraba tan lejos. Esos rostros del fondo que habían abandonado todas sus esperanzas, cambiaron. Algunos sonrieron, festejaron alegres y locamente la infracción. Otros se vieron incluso más preocupados. Aquel hombre bajito y luchador, como un prócer de la independencia, me dedicó la carcajada más macabra de mi vida. Me tendió su mano de cuatro dedos y se fue alegre, como si fuera un visionario, un vidente o el mismísimo aprendiz de Notradamus.
Por mi mente no pasó otra cosa que ser yo quien asumiera la responsabilidad. Y así fue. Escuche el aliento de compañeros, y muchas palabras sin sentido provenientes del otro lado, las cuales, tenían como único objetivo alterar mis nervios. Pasaron creo que dos minutos hasta el momento de ejecutar. Nunca, en mi vida, había sentido que el tiempo pasaba tan lento. Puedo decir que estaba nervioso, sí y mucho. Pero no lo aparenté para nada. La agarré con ambas manos, la llevé a mi boca y la besé. Tuve tiempo de rogarle que entrara antes de colocarla en el bendito-maldito punto blanco. Mis oídos se cerraron, ya no escuchaban más que el fuerte latir de mi corazón. Mil caras y gestos se me hicieron invisibles... Tenía bien claro mi intención. Sea como sea, saqué la fuerza de donde no estuvo nunca. Tenía que hacerlo fuerte, con alma, corazón y vida. Al erguirme de nuevo miré al frente. Una mano me señalaba un rincón. Caminé tres pasos para atrás sin darme vuelta. Pensaba en nada. Quizás en fuerza, violencia, no más. Cuando escuche ese sonido agudo, emprendí mi carrera con definidas intenciones de festejar. Mi rostro demostraba tranquilidad y seriedad, pero no todo eso era cierto. Mi mirada no se apartó un segundo de la redonda. Impacte con violencia. Con alma, corazón y vida; y más todavía. Ni yo me cría capaz de tener tal poder. Mi rival se tiró suavemente a su derecha y por su cara, que expresaba una total frustración, me imaginé lo mejor...Nunca en mi vida había escuchado tal estruendo. Y no había sido la gente quien lo provocó. Aunque diez minutos más tarde, según dicen, sus gritos se escucharon hasta muy, muy lejos... Caí de rodillas al ver como volvía en dirección a mí pasando sobre mi cabeza, pero con una diferencia de dos metros de altura. Las miles caras de enfrente se reían, festejaban, suspiraban y se burlaban de mí con insultos, muchos de ellos infantiles. Miré por última vez ese rectángulo. Arriba, al medio, pude ver la marca de mi violencia sobre ese caño, ese maldito caño blanco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

del relato publicado maldito caño blanco, pude apreciar una gran destreza en expresar sus sensaciones momento a momento tangible a la simple lectura
mayra

Anónimo dijo...

hola ale ta bueno el relato, al final lo termine d entender soy leandro jose tapia.Esta narracion e s muy poetica ja pero me gusto . leandro_elguitarrista@hotmail.com

Anónimo dijo...

hola, mi nombre es jonathan maximiliano arias, soy estudiante del profesorado de tecnologia, quiero decirle que respesto al texto que he leido, al principio ue un poco confuso y sin sentido, pero al finalo del texto todo se volvio mas claro y concreto, creo que este texto para mucho a de haber provocado una gran incentidumbre y confusión pero al fin satifactorio
jona_pac@hotmail.com